el pajaro amarillo
“Tejiendo Historias Comillas“
María Luisa Iglesias Martínez
Agradecimiento especial a:
María Luisa Balbín, Teresu Fernández Sánchez‐Vallejo, Ana María Diaz Castro “Marí”, Carmina Avelleida Maiz, María Carmen Sañudo Calleja, Honorio García Diaz, María del Pilar “May” Cuesta Sánchez‐Vallejo, Teresa Sánchez Vallejo, Mónica Sánchez Vallejo, Menchu Ramiro Castro, Ana Rodríguez Martínez, Marta Cobo Diaz, Pilar Fernández Santos, Jose Ramón de la Vega “Moncho”, Marisa Álvarez y a Vanesa Sánchez Trueba.
Por sus aportaciones, sus recuerdos y sobre todo por las tardes enriquecedoras y divertidas que pasamos rememorando aquellos años.
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Durante el mes de diciembre de 2019 se llevó a cabo en Comillas un taller denominado “Tejer Historias”, organizado por la Asociación de Mujeres de Cantabria “La Amazuela”
Lo que pretendía este taller no era otra cosa que desempolvar aquellas historias que están en la memoria de quienes la vivieron o quienes hemos tenido la suerte de que nos contasen en alguna ocasión, con el fin de que, de alguna manera, podamos seguir transmitiéndoselas a las generaciones posteriores.
Hacer un alto en el camino y hablar de nuestros recuerdos, de la vida de nuestros abuelos, padres e incluso la nuestra propia en épocas anteriores, hace que ciertos detalles, algunas historias (relevantes, curiosas, importantes o simplemente bonitas) no se queden en el olvido.
Abandonar todas estas historias a su suerte hará que ellas nos abandonen a nosotros y que, con el paso del tiempo, se pierdan.
En muchos casos, las historias se cuentan de manera subjetiva, vista desde los ojos de quienes lo vivieron o escucharon y que, con el paso del tiempo poco a poco van perdiendo matices y detalles, pero no su esencia.
Las historias o las anécdotas de las que se habló durante el taller están recogidas en esta memoria.
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Historias de Comillas
Recuerdos de Comillas:
Comillas siempre ha sido un lugar especial,, con historia, monumentos, marqueses y aristócratas, paisajes únicos pero quienes han vivido en esta villa saben otras historias menos famosas sobre nuestro pueblo y quizá no tan relevantes, pero estoy segura de que al menos, curiosas.
Lo que hoy conocemos como “La Plaza del Ángel” fue durante muchos años el patio del colegio de Comillas. Muchas son las generaciones que han jugado a la comba, al futbol, a las canicas… pero no siempre fue tal y como lo conocemos hoy en día.
Hubo una época en la que el patio del colegio estaba dividido por un seto, delimitando dos zonas: una para las niñas y otra para los niños. Sor Fidela, Sor Luisa, Sor Juana, Doña Milagros… eran las maestras que se encargaban de la educación de las escuelas y las encargadas de vigilar que no se quebrantara la división establecida para que los niños no pudieran jugar con las niñas. Cuando alguno desobedecía, era humillado ante sus compañeros o compañeras vestido con faldamentos o con unas orejas de burro en la cabeza.
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El suelo del patio fue durante muchos años de arena, hasta que en los años setenta aproximadamente se puso cemento. No eran muchos.
La división entre niños y niñas era algo común en las escuelas de aquella época, pero esta separación no se realizaba en la escuela de Trasvía. Allí no había diferenciación de ningún tipo y, los niños y las niñas jugaban todos juntos. No eran muchos niños los que iban a las escuelas, a pesar de que a las escuelas de Trasvía acudían también los niños de La Rabia y Rubárcena.
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Fotografias de Comillas Cantabria
Doña Lucía, la maestra extremeña que durante 50 años ejerció en las escuelas de Trasvía y que solo se ausento durante la época de la guerra, es recordada con mucho cariño ya que impartió clases a la gran mayoría de las familias de la zona.
Teresu Fernández Sánchez-Vallejo fue una de las niñas que disfruto de las enseñanzas de Doña Lucia, a pesar de que con solo seis años tuvo que irse a Barcelona a vivir con sus tíos y regresar años mas tarde a Trasvía, nunca se le olvidara como eran las clases en las escuelas.
“Estudiábamos todos juntos en la misma clase, no éramos muchos la verdad, compartíamos pupitres y a la maestra. Los mayores cuidaban un poco de los pequeños y la mayor parte éramos hermanos o primos”.
Cuando salían al patio jugaban a las canicas, a la comba y a otros juegos tradicionales. Se realizaban campeonatos de canicas. Siempre había algún niño que podía permitirse comprar canicas, pero otros, con su destreza ganaban las partidas y se quedaban con las canicas de los demás. Las canicas que eran nuevas y brillaban eran las mas cotizadas, con el tiempo se convertían en bolitas marrones. Las canicas se “plantaban” dentro de un triángulo y había que sacarlas de allí. A falta de canica, alguna que otra niña podía poner una “perra gorda” pero no era lo más habitual.
fotografias antiguas de Trasvia Comillas
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La infancia era muy diferente a lo que hoy en día conocemos. Había muchos casos de infancia truncadas por las circunstancias personales, en el caso de María Luisa Balbín. Ella, a pesar de nacer en San Vicente de la Barquera llego a Comillas a los 10 años. Tuvo la suerte de poder estudiar hasta los trece años. Sus padres murieron muy jóvenes, su madre a los 27 años y su padre a los 38 dejando once hijos huérfanos. Sus tíos recogieron a cinco de ellos. Eran tiempos difíciles de miseria y pobreza, el sustento principal era la pesca y apenas se pescaba.
Sus tíos la acogieron, pero a los trece años, como sus primas se habían casado se encargo de las tareas domesticas atendiendo a sus tíos sin la posibilidad de seguir sus estudios. Posteriormente trabajo en el siglo con Carmina, cosiendo. Recuerda su infancia muy feliz. A los 27 años emigro a Suiza donde vivió 65 años. Se caso con un alemán y tubo tres hijas. Cuando se jubilaron, ella y su marido se vinieron a vivir de nuevo a San Vicente de la Barquera. En el pueblo aún la recuerdan como “La del Paquea”.
fotografias antiguas de Comillas Cantabria
Su infancia fue alegre y guarda muy buenos recuerdos de sus amistades con “las de la Cardosa” “las del Siglo” “las de Noceda”… y entre sus recuerdos, alguna que otra trastada, como cuando un día, al salir de trabajar se fue a dar un paseo por el corro con sus amigas, y vieron a un señor entrar con su coche hasta la mismísima puerta del bar “El Plus” dejándolo allí aparcado. No era habitual ver muchos coches en aquella época y a María Luisa y sus amigas no se les ocurrió otra cosa que empujar el coche para ver si se movía. Al ver que el coche se desplazaba, María Luisa no se lo pensó dos veces y se sentó en el asiento del piloto y agarro el volante, animando a sus amigas para que la siguieran empujando. ¡Llegaron hasta la puerta del Samovi!
Al día siguiente, cuando salió a trabajar, su tía la estaba esperando en casa.
• ¿Qué hiciste María Luisa?
• Coser…
• No, no, tu la has hecho gorda… a ver… ¡cuéntame qué es lo que has hecho!
• Tía que no, que no hice nada.
• Vino la guardia civil a casa a buscarte.
• ¿A mí? ¡Se equivocaron!
Han dicho que vayas mañana al Ayuntamiento.
A la mañana siguiente María Luisa se presentó en el ayuntamiento para hablar con el alcalde.

• A ver, ¿qué has hecho? Le pregunto el alcalde.
• Nada, yo no hice nada, respondió ella con cara de no haber roto un plato…
• ¡Tú has empujado un coche por todo el corro!
• No, yo no empujaba, ¡yo conducía!, las amigas mías eran las que empujaban.
El alcalde se echó a reír y paso por alto la travesura de las niñas.
fotografias antiguas de Comillas Cantabria
Esa no es la única travesura que María Luisa nos contó. Con su amiga Tomasina también hizo alguna que otra diablura como colarse en el campanario de la iglesia y tocar la campana. Ellas no pensaban que serían capaces de conseguir que sonara y cuando vieron que sonaba tan asustadas bajaron las escaleras a toda velocidad y se fueron a su casa a esconderse. Al llegar a su casa, su tía y otras vecinas estaban sentadas en sillas en la calle como de costumbre y al verla la preguntaron si sabían quién se había muerto en el pueblo, porque las campanas acababan de tocar “a muerto”. Ella respondió que no sabia nada y atemorizada se metió dentro de casa.
Ser niño en Comillas suponía buscarte la vida, porque en general no había grandes lujos y la imaginación era el mejor juguete.
fotografias antiguas de Comillas Cantabria
No cabe duda que la Universidad Pontificia de Comillas ha marcado un antes y un después en la Villa de Comillas y repercutido de forma directa en la vida de muchos comillanos. A pesar de que en el Seminario (como se le conoce coloquialmente) se abastecían en casi todos los sentidos, había una importante relación entre los del pueblo y los “curas del seminario”.
Un ejemplo claro lo encontramos en la época de la postguerra cuando Don Manuel García Nieto, o el “Padre Nieto” como le conocían y siguen recordando los comillanos, estableció una peculiar forma de beneficencia que los lugareños bautizaron como “La Perola”.
A los pies de la Universidad Pontificia existió un banco en forma de L que reunía cada tarde, a un pequeño grupo de señoras mayores. Hoy en día se pueden ver los restos de la edificación que estaba contigua, una pequeña cuadra, pero el banco ha desaparecido. Este banco estaba ahí con una única finalidad.
Cada tarde, a eso de las cinco, varias mujeres se sentaban en él y rezaban el “Rosario” en latín, dirigidas por la mas anciana, una señora llamada Amelia (La Pelona). Amelia era conocida por su buen humor y sus dotes para tocar la pandereta en las fiestas locales. A su lado, otras señoras conocidas de Comillas como Tilde (La Soña) que tenía la capacidad de dormirse cuando le venia en gana y de ahí su apodo, Enriqueta (La de Velecío), Josefa Ofroy, Concha (La de Marcos), Sofia (La de las negras de la Campa), Teresa y Auria las hermanas, Dominica o su madre Agustina y María (La Benita). Cuando María la Benita no podía acudir, enviaba a su nieto Honorio con tan solo cinco años.
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Esperaban pacientes mientras rezaban a que los curas del seminario, normalmente de dos en dos, bajasen andando (o incluso en carro) cargando con las “Perolas” llenas de los restos de comida de sus comedores y una bolsa con los trozos de pan que también les habían sobrado para repartirlo entre las allí presentes.
La mayoría de las que iban eran viudas o solteras, sin recursos que en ocasiones comían gracias a lo que los curas les daban y otras veces usaban esos restos para dar de comer a las gallinas. Las necesidades de la época hacían que mereciera la pena esperar a las cinco de la tarde para llenar sus pucheros.
Llevaban latas vacías de tomate que llenaban de la comida que les daban, incluso en ocasiones lo comían allí mismo. Una lata de tomate con un asa de alambre era el recipiente perfecto cuando la economía de la época no daba para más, aunque las había que llevaban el puchero directamente.
Honorio García, que con tan solo ocho años fue testigo de cómo el hambre hace que aprendas a rezar hasta en latín, recuerda perfectamente las tardes que pasó a los pies de la Universidad Pontificia, sentado en el banco hoy devorado por la maleza y el paso del tiempo.
Esta no era la única forma de Beneficencia que hubo en Comillas en esa época, existían paralelamente los comedores de auxilio social. A partir de los años 60 poco a poco la economía fue mejorando y dejaron de existir este tipo de acciones sociales en Comillas.
Y es que no cabe duda de que la Universidad Pontificia de Comillas ha marcado un antes y un después y no solo por la importancia que tiene a nivel arquitectónico o por la importancia a nivel académico si no porque también, todos aquellos curas que vivían en el Seminario dejaron su huella de alguna manera en Comillas.
Durante muchos años, el acceso al Seminario estaba abierto, no eran muchos los que subían, pero a los críos de Comillas les gustaba ir a jugar al frontón y a hacer travesuras. Algunos domingos, después de misa se hacía una tómbola en la que los premios eran acordes a la época, como por ejemplo una lata de tomate, un bien muy preciado en aquellos años.
Había muchísimos curas, todos vestidos de negro que no pasaban desapercibidos por los lugareños. Llamaban la atención allá donde iban sobre todo cuando iban de excursión al Monte Corona normalmente el jueves. Siempre iban en fila de dos y era todo un espectáculo incluso para el loro de “El Cojo” y Fermín, dos hermanos solteros que vivían en Solatorre. Cada vez que pasaban los curas, el loro desde la ventana decía “Un cura, dos curas, tres curas, joder con tantos curas”. Hay quien dice que los curas, lejos de enfadarse por el descaro del loro, eran ellos mismos los que cuando pasaban por allí le provocaban para que se lo dijese, y no habrá un comillano que no recuerde al loro de Solatorre con simpatía.
Algunos nombres resuenan en la memoria de todos, “El Padre Morrongo” “Padre Ministro” o el famoso “Padre Nieto”.
En aquella época había seminaristas y jesuitas y entre ellos estaba prohibido hablar para que no hicieran proselitismo, es decir, que los sacerdotes no se hicieran jesuitas. Sin embargo, jugaban al futbol unos contra otros. Como todos iban con sotana negra, usaban un fajín para diferenciarse. Los jesuitas llevaban el fajín negro y los sacerdotes el fajín azul.
Muchos comillanos aprendieron sus oficios en el seminario, herreros, carpinteros, panaderos, cocineros, choferes incluso zapateros. También hubo muchas comillanas que cosían y lavaban la ropa a los seminaristas. Incluso había una imprenta donde realizaban sus propios materiales de estudio.
El seminario era una fuente de ingresos para muchos, no solo los que trabajaban allí sino también los negocios locales que se beneficiaban tanto de los seminaristas como de las familias que venían a visitarles. Las fondas alojaban a los familiares, los restaurantes les daban de comer, incluso ya en aquella época se alquilaban la casa a familiares de los seminaristas en sus visitas para ganar algo de dinero. Había quien, para dejar su casa a los inquilinos, esos días dormía donde podía, hacinados en una habitación, incluso en los gallineros o cuadras.
Era común oír el repicar de las campanas a menudo, sobre todo cuando se celebraba alguna fiesta, actos de bienvenida o venían obispos o alguna celebración especial.
Desde el pueblo escuchaban las campanas ajenas muchas veces a lo que estaba pasando en el Seminario. Mari, nos contó que, con unos doce años, estaba con su tía la sardinera lavando en la Fuente Tres Caños su triguero después de haber ido a vender. Ese día las campanas sonaban con mas fuerza, aunque no sabían el porqué. Quizá fuese que estaban anunciando el proceso de beatificación del segundo Marqués de Comillas, pero ellas siguieron lavando el triguero en la fuente como si con ellas no fuera la fiesta y comentando que si aquel señor (Don Claudio López Bru) se había ganado la beatificación por sus obras de beneficencia, ellas tambiín tenían el cielo ganado de tanto trabajar.
La vida de los eseminaristas siempre estuvo cubierta de un halo de misterio, se les observaba y respetaba y en ocasiones se contaban cuchicheos de los curas sin que por supuesto ellos se enterasen. Porque además de haber muchos muchachos jóvenes estudiando además había monjas, pero por supuesto, estas vivían en un edificio diferente y les estaba totalmente prohibido hacer vida común con hombres.
Carmita, la sardinera, estuvo durante un tiempo trabajando en las cocinas del seminario. Su labor no era otra que “fregar los cacharros”. Subía cada mañana tan temprano que incluso era de noche. Las monjas, a pesar de que vivían en otro edificio, se colaban en el edificio de los hombres a escondidas y cuando oían a Carmita llegar se iban corriendo. Ella se reía de la situación y decía en voz alta “uy, uy las palomitas blancas que andan por aquí” Carmita siempre contaba que la toca que llevaban en la cabeza (La “Cornette”) les hacia parecer palomas blancas revoloteando por las cocinas.
Pero no eran solo los comillanos quienes sentían curiosidad por los seminaristas. Ellos también estaban pendientes de lo que ocurría en “el pueblo” y sobre todo con lo que hacían los jóvenes del pueblo, porque en el fondo, ellos eran igualmente chavales a los 18 años e incluso menos.
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En ocasiones, al caer la noche, pandillas de jóvenes se juntaban para ir a robar manzanas en las inmediaciones del Seminario, incluso salían de casa con el saco preparado.
El seminario tenia muchos arboles frutales en sus terrenos. Algunos de ellos estaban en la parte baja, en lo que hoy se conoce como Solatorre, cerca de la carretera.
Era un entretenimiento para la juventud ir a robar las manzanas a los curas, pero normalmente lo hacían por la tarde noche. Al haver muy poca luz, tenían que ingeniárselas como podían.
Mari “La de Pichi” y “Piluchi” recuerdan como iban por aquella zona cantando y, a medida que se acercaban al seminario, veían asomarse tras los muros las cabezas de muchos seminaristas que bien por curiosidad o bien por entretenimiento, disfrutaban de los canticos de las jóvenes. Íbamos cantando, y en lo alto del seminario se empezaban a ver como se encendían las luces y se asomaban las cabezas de los curas.
No iban solas, tenían acompañantes que se encargaban de llenar los sacos de manzanas: Pepe el de Paco Poó, Lolín y unos cuantos más. Ellas se encargaban de amenizar con sus canciones, pero no era más que una forma de encubrir ya que, en realidad, eran las que vigilaban. Y es que, en esos tiempos era normal ver parejas de guardia civiles rondando por las calles, vigilando que no se cometiera ningún delito. Cuando veían que los guardias civiles estaban demasiado cerca, cambiaban de canción y entonaban el “Zapatero remendón, zapatero remendón, arrégleme usted con salero… porque mira usted, mire usted”… De esa forma, los mozos sabían que la guardia civil andaba cerca y se escondían hasta que quedara de nuevo la zona despejada.
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Eran tiempos de escasez donde no faltaba ingenio para divertirse y de paso, conseguir unas manzanucas. La juventud se divertía seguramente igual que en otros pueblos, de forma sencilla, aunque de vez en cuando vivieran alguna situación estrafalaria (como cuando Tito Correa paseaba con su descapotable blanco… en ocasiones con “La Manana“ que incluso se ponía un pañuelo en la cabeza como si fueran los protagonistas de una película de Hollywood), lo normal era que se divirtieran usando sobre todo su imaginación.
La picaresca siempre ha estado presente en los pueblos y más cuando el hambre aprieta.
Ramonita, la mujer de Sete, poco antes de morir, le confesaba a Mary como el hambre a veces te hace hacer cosas impensables. Es una historia de las que lastiman cuando piensas en las circunstancias que vivieron muchos en la época del hambre. “Había tanta hambre, que cuando iba a la mar a trabajar, no tenia que llevar y se avergonzaba. Para aparentar que llevaba algo, metía un par de piedras en la bolsa y cuando todos comían, él se iba a una esquina y hacia ver que también estaba comiendo, como no le veían, tiraba las piedras al mar” y no solo se pasaba hambre, también se pasaba vergüenza por no tener ni qué comer.
Fueron tiempo duros, de hambre, de racionamiento y de escasez de productos necesarios. Cuentan que, en cierta ocasión, un grupo de jóvenes fue hasta Conchuga (Ruiloba) porque sabían que allí había muchos repollos. Un tal Dimitri se llevo las hojas de repollo en los bolsillos para comerlas de vuelta a Comillas crudas y debían de saberle a gloria porque cuando le preguntaban que si de verdad iba a comer los repollos crudos contesto: “Tengo tanta hambre que pacería”.
Dimitri era un hombre singular cuando se juntaba con el hermano de “Sandalio” las “liaban pardas”. Era tal su imaginación y poco su pundonor que hasta un día se disfrazaron con una gabardina y un sombrero y se recorrieron El Tejo haciendo ver que eran veterinarios y dando consejos a los dueños de animales enfermos.
“A este chon lo que le pasa es que necesita tomar dos litros de vino caliente, ya verá usted cómo se espabila” y vaya que si se espabiló que comenzó a correr y a moverse y no había quien le parase. Como no se atrevían a cobrar dinero por sus servicios de veterinarios, pedían a los vecinos que les pagasen en especies. Ese día volvieron a casa cargados de harina, alubias, chorizos y todo lo que apañaron.
Calderón también ha sido uno de los personajes peculiares de Comillas que todos recuerdan. Vivía encima del estanco de la plaza. Poseía una mente privilegiada, un portento en matemáticas, pero por desgracias de la vida acabó sus días encerrado en su vieja y oscura casa, impartiendo clases particulares a muchos niños de Comillas y sin relacionarse con otras personas. Nadie sabe con certeza si fue una depresión o que fue lo que le hizo envejecer en unas condiciones cuestionables. Cuentan que alrededor de los años 60, trabajaba en el Casal del Castro de contable. “Era un señor muy alto, rondaría el metro noventa y vestía de forma muy elegante con traje marrón y el pelo semi largo”.
Trabajaba a las ordenes de Doña Beatriz Correa y en aquella época trabajaba también una señora a la que llamaban “La Pelos”. Entre Calderón y “la Pelos”, algo paso, nunca se supo si discutieron o llegaron a las manos, la cuestión es que Beatriz Correa que dirigía el hotel en aquella época decidió que Miguel Calderón debía ser sancionado con una semana sin acudir a trabajar y sin sueldo por aquel percance.
Dicen, que, desde aquello, nunca más volvió a salir de casa más de lo necesario, no volvió nunca a trabajar, solo salía para ir a misa a primera hora de la mañana, al médico y poco más. Apenas se comunicaba con nadie salvo con los pocos estudiantes que pasaban por su casa para reforzar sus estudios en matemáticas o física y química.
Comillas ha tenido siempre la costumbre de apodar a sus vecinos con todo tipo de nombres, algunos derivados de sus apellidos, otros del lugar de procedencia, otros, porque algún día paso algo y desde ese día les bautizaron de esa manera. En el caso de “Los Toreros” recordados por todos en Comillas sobre todo “Fitu La Torera”. Lejos de ser una familia relacionada con la tauromaquia, el apodo se lo ganaron de la forma mas sencilla posible, o eso contaba Nandina “La Jorobá” porque ella era una de las hijas de “Los Toreros”.
“Un día, subiendo la cuesta de Campíos, Nandina le conto a Honorio, nieto también de un “torero”, porqué les llamaban así. Un grupo de Comillas fue a Barcelona, a danzar, probablemente seria algún certamen o concurso. Iban tan ilusionados que dijeron: “Como quedemos bien vamos a ganar mas dineros que los toreros”. Y así fue como empezaron a llamarse “Los Toreros”.
Otros apodos curiosos de la época que probablemente hagan esbozar una sonrisa a quien los recuerde y que, desde estas líneas, recordamos con todo respeto fueron: Teresa “La Papelera”, Cuca “La Tarraña”, “Pelotu”, “Buda”, “Tobe”, Toña “La puñeta”, “Los Chuchos”, Luisa “La Chucha”, “Pa Tras el lechero”, “Saltapraos”, “Los de terror”, “Monaguillo”, “Zapatones”, “Pachón”, “Totitu”, “Barriga verde”, “Llorate y riete”, “Bichumalu” o “Pulientona”.
En Comillas no faltaba imaginación y tampoco ganas de divertirse. Si echamos la vista atrás, son varios los que recuerdan a los jóvenes de Comillas bailando a ritmo de las canciones que Isidoro (el policía local) ponía en el Covadonga, en local del antiguo Plus, hoy en día es una tienda de juguetes, incluso en frente de la pensión de “Bolingas”
“Isidoro era el sereno del pueblo, le solíamos cantar cuando le veíamos, ay sereno viene, ay sereno va, son las tres de la madrugá” y además de cumplir su cometido de sereno sacaba tiempo para poner un poco de música y animar a jóvenes a bailar.
La música no era todos los días, con suerte, se podía ir los jueves, viernes, sábados y domingos, pero solo en verano. En invierno era diferente, aunque se bailaba hasta con las albarcas, pero a las diez de la noche se acababa la fiesta.
Bailar no era el único entretenimiento que había en Comillas, además de bailar se podía ir al cine. De hecho, hubo cuatro cines en Comillas, aunque no eran cines como los que conocemos hoy en día, ni muchísimo menos.
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Venían al cine desde Ruiloba, Trasvía incluso de Cobreces y alrededores.
El primero de todos y del que apenas se tienen recuerdos estuvo en el Corro Sanpedro en la casa de la familia Val. De hecho, en las mismas escaleras de la casa se proyectaban las películas de cine mudo, aunque no se tienen datos suficientes sobre cómo o quien lo gestionaba.
Otro de los cines estaba situado en la huerta de “Los Val”, justo detrás de lo que es hoy en día la Plaza del Ángel. En realidad, era una huerta particular que hacia las veces de cine municipal. Se llamaba “Gran Cinema” y para acceder, se entraba por la puerta que está frente a la Pensión Bolingas, allí mismo estaba la “caseta” donde vendían las entradas, hoy en día aún sigue en pie.
Mas que un cine era una especia de barracón, con sus bancos y pantallas. La entrada era cara, una o dos pesetas, y las películas que se proyectaban no eran todo lo buenas que se esperaba. De hecho, mayormente se proyectaban películas “de cante” como nos contaba Mari. “Eran tipo musical, con subtítulos, no te enterabas demasiado de lo que pasaba, pero nos encantaba ir al cine”. “Todas las películas antes de ser proyectadas pasaban por la censura de los curas, ellos se las veían todas y después decidían si se ponían o no”. Era frecuente que a mitad de la película “se quemaba” y se quedaba la pantalla en blanco, eso sí, los NODOS de la guerra introducían siempre las películas.
En la calle Marqués de Comillas, justo enfrente del Palacio (hoy en día hay un edificio de viviendas) estuvo otro de los cines, que en realidad era un teatro, pero donde se proyectaban películas. Posteriormente fue una tienda.
Y, por último, el mas conocido y del que hoy en día todavía podemos ver su cartel es el “Cine Campios”.
María Álvarez aun guarda con mimo los carteles, donde se anunciaban, de muchas películas que se proyectaron en Comillas.
fotografias antiguas de Comillas Cantabria
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Porque se ha perdido la costumbre de valorar ciertas cosas. Antiguamente se les daba otro valor a las cosas, quizás por lo mucho que costaba conseguirlas. Las cosas han cambiado mucho, antiguamente se compraba menos y se arreglaban mís las cosas. De hecho, el afilador al que hoy en día podemos ver de vez en cuando, y del que curiosamente seguimos diciendo que cuando aparece por Comillas es que va a llover… No solo afilaba cuchillos, sino que además era experto en remendar todo tipo de cacerolas, sartenes y lo que hiciera falta. También lo hacia el paragüero que visitaba comillas algunos días montado en su bicicleta. Cuando una olla se agujereaba por el uso, el afilador le soldaba una chapa (remache) y asunto arreglado. Con el tiempo, se vendían los remaches y cada uno se arreglaba el puchero en su propia casa, pero eso ya era muy moderno…
Y es que el café no sabia igual en un puchero nuevo que en el de toda la vida, de hecho, en aquellos tiempo se decía que tampoco había que fregarlo demasiado porque cuanto más negro, mejor sabia el café. Se colaba con una manga de tela, que tampoco había que lavarla excesivamente y listo. Se le llamaba café, pero era más achicoria que otra cosa ya que el café era un bien muy preciado y bastante caro.
Si querías comprar en Comillas había muchos comercios familiares como la tienda de “Las de Solis” (Luz, Nica y Manolo), Las Cardosas. “La tienda de Conchona” que era un bar‐estanco regentado por Concha y que le encantaba a los pescadores. La tienda de Manolín en Fuente real que vendía de todo: bacalao, patatas, conservas y además era le lugar de reunión los sábados y domingos donde se reunían los “Joses” a tomar el blanco.
La farmacia estaba frente al parador San Pedro y la boticaria se llamaba paquita que no te fiaba ni un real y era ayudada por su hermano Manolo.
También hubo varias peluquerías, unas para caballeros como la de Florencio “El Pecora” la de Pedrín Conde, la de Fermín, la de Carlos… y para mujeres hubo la peluquería de Andrea que era una de las mas caras del pueblo porque usaba técnicas muy modernas como los bigudíes o las permanentes. También estaba la peluquería de “La Peque” y posteriormente la de Mari.
Marcela tenía una panadería donde vendía un poco de todo y la de Domingo Cortavitarte que además de tener su propio horno tenía un pequeño despacho junto al Hotel Paraíso. También podías comprar el pan en la panadería de Diego Rayón que estaba situada donde La Bolera.
Si necesitabas remendar algún zapato estaba Gregorio el zapatero, padre de “Guisantal” que además de arreglar el calzado daba clases para que aprendieran el oficio. Pero también fueron famosas las zapaterías de Fe o de Quinito el Zapatero.
Podías comprar carbón donde Dieguito Rayón (Carretillo de oro), Miguel Cobo… o donde Paco, que tuvo la primera carbonería en un pequeño local que hoy en día se llama “Estudio Choy”.
En Comillas había un sastre llamado Miguel Mondroño. Tenía su tienda en la plaza del pueblo, donde hoy en día esta la tienda “Marimorena”. Las niñas le cantaban en su ventana “Me casé con un sastre por no estar mala, pero el aire de la aguja me resfriaba” y él se enfadaba muchísimo.
La pastelería de Julita Viadero y sus famosos pasteles que los comillanos bautizaron como “tetas“, famosas mundialmente, La tienda del Siglo, La tienda de Las de Cardosa, había taxistas, carniceros, sardineras que vendían descalzas por los pueblos… y hasta una fabrica de lejía regentada por Mari y Pichi.
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Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza.
Paul Géraldy (1885-1983)
Poeta dramaturgo francés
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